“Un ermitaño, eremita o anacoreta es una persona que elige profesar una vida solitaria y ascética, sin contacto permanente con la sociedad. El término procede del latín eremīta, que a su vez deriva del griego ἐρημίτης o de ἔρημος, que significa «del desierto». En sentido amplio, la expresión se extendió para significar a todo aquél que vive en soledad, apartado de los vínculos sociales, sirviéndose de la metáfora de la huida al desierto, lugar donde Cristo pasó cuarenta días de ayuno y oración como preparación de su vida pública”.
La vida del ermitaño está por lo general caracterizada por el
ascetismo, la penitencia, el alejamiento del mundo urbano y la ruptura con las
preferencias de éste, el silencio, la oración y el trabajo. Se estima que el
eremitismo nació hacia fines del siglo III o principios del siglo IV,
particularmente tras la paz constantiniana (año 313), cuando los llamados «Padres del Desierto»
abandonaron las ciudades del Imperio romano y zonas aledañas para ir a vivir en
aislamiento y en el rigor de los desiertos de Siria y Egipto, especialmente en
el desierto de la Tebaida. La Iglesia reconoce la vida eremítica o anacorética, en la cual los
fieles, con un apartamiento más estricto del mundo, el silencio de la soledad,
la oración asidua y la penitencia, dedican su vida a la alabanza de Dios y
salvación del mundo. Un ermitaño es reconocido por el derecho como entregado a Dios dentro
de la vida consagrada, si profesa públicamente los tres consejos
evangélicos, corroborados mediante voto u otro vínculo sagrado, en manos del
Obispo diocesano, y sigue su forma propia de vida bajo la dirección de
éste.
Para la espiritualidad cristiana
– escribe el cardenal Joseph Ratzinger-, “el desierto es el lugar del silencio,
de la soledad; es alejamiento de las ocupaciones cotidianas, del ruido y de la
superficialidad. El desierto es el lugar de lo absoluto, el lugar de la
libertad, que sitúa al hombre ante las cuestiones fundamentales de su vida. Al
vaciarse de sus preocupaciones, el hombre encuentra a su Creador” (1985. El
camino pascual. Madrid: BAC, 1985).
Pero los comienzos, igual que las épocas de crisis, han visto
florecer en la Iglesia formas no
regladas de búsqueda de Dios.
Hasta aquí, la razón de la opción por
el desierto. En cuanto al lugar concreto, creo que fue bastante lógica la elección de los Monegros para retirarme
al yermo. Soy de Barcelona, siempre he vivido aquí y he viajado a menudo en
tren y por carretera hacia Madrid. En esos trayectos siempre atravesaba la zona
sur de los Monegros, y alguna vez había buscado aprender sobre la zona en
internet. Pienso que si hubiera sido de otro lugar de España, seguramente
habría elegido otro lugar. Pero Dios lo hace todo bien, y este desierto se ha
convertido en un lugar en el que buscar a Dios y admirar lo que ha creado.
Según la definición del portal de
turismo de Aragón, los
Monegros constituyen una región natural situada en el valle del Ebro, una amplia estepa subdesértica que ofrece
un escenario de belleza insuperable.
Un paisaje de carácter desértico,
consecuencia de la aridez producida por las bajas precipitaciones, el viento,
la erosión y el endorreísmo. En los Monegros, amplias superficies son ocupadas
por áreas de vegetación natural que se intercalan con campos de cultivo,
destacando las estepas, las muelas o torrollones, los barrancos y las saladas.
En estas superficies esteparias y en las cultivadas existen bosques de pinos y
sabinas que, en tiempos pasados, recubrían grandes extensiones, llegando a dar
a la comarca el nombre de “Montes
Negros”.
Se trata de una zona poco poblada (7´6
habitantes / km2), que abarca unas 276.440 hectáreas y se extiende entre las
provincias de Huesca y Zaragoza, ajustándose en cierta medida a la comarca
administrativa del mismo nombre.
En el Manifiesto Científico por losMonegros, del año
1999, puede leerse que se trata de un
hábitat único en Europa, con un ecosistema más propio de las estepas orientales,
y que, además, “no existe, con datos objetivos y contrastados, ninguna otra
zona o espacio físico en nuestro territorio nacional, y tal vez en toda Europa,
que pueda siquiera compararse a las singularidades, novedades, rareza y riqueza
biológicas que hoy están documentadas científicamente en los Monegros.
La casa en ruinas que compré y
restauré está ubicada en la zona sur de
los Monegros, en el término de Bujaraloz, histórica confluencia de caminos
y donde se halla el conjunto de lagunas
saladas más extenso de Europa, otra de las sorpresas que encontré en este
lugar. En el sitio web de Turismo de Aragón se explica que “el complejo de
humedales de Sástago y Bujaraloz fue declarado sitio Ramsar y abarca una
superficie de 8.000 hectáreas”. La lista Ramsar es un registro internacional
que integra las zonas húmedas más importantes del mundo desde el punto de vista
de su interés ecológico y para la conservación de la biodiversidad, que España
ratificó en 1982.
Las lagunas saladas de Sástago y
Bujaraloz son un conjunto de lagunas endorreicas, temporales y salinas,
considerado como el más extenso e importante de Europa, único por sus
particularidades en el contexto de Europa occidental. Los organismos que viven
en las salinas están adaptados a lluvias escasas y a las temperaturas extremas,
con una gran amplitud térmica acentuada por los vientos predominantes (Cierzo y
Bochorno). La vegetación se dispone en anillos concéntricos en función de su
tolerancia a la salinidad. Estas salinas son un complejo lagunar compuesto por 26 cubetas
de carácter endorreico (en que el agua no tiene salida fluvial hacia el mar),
de diferentes tamaños y profundidades, ubicado en una estepa salina. El
conjunto se localiza sobre estratos poco permeables y formados por yesos,
margas, calizas y lutitas. La mayoría de estas depresiones corresponden a
lagunas de elevada salinidad y de carácter efímero, que sólo mantienen el agua
unas semanas tras episodios de fuertes precipitaciones. Cuando se terminan de
evaporar dejan en el fondo de las cubetas las típicas costras salinas. Se
conservan en relación con ellas restos de construcciones relacionadas con la
extracción y el manejo de la sal, necesaria para la conservación de alimentos a
lo largo de la historia. Es también
un punto de especial interés geológico, ya que representa los procesos de
génesis de las diversas sales que comenzaron a finales del Terciario y cuyas
acciones continúan activas, con menor intensidad que en el pasado. También
refleja el paleoclima del Terciario y, básicamente, a menor escala, tiene
muchas similitudes con las salinas del desierto de Atacama en Chile.
Cabe
apuntar que no estoy dando todos estos detalles sobre el paisaje de los
Monegros gratuitamente, sino para
admirar la creación de Dios, y cómo ésta nos ayuda a conocer a Dios y vivir en
la contemplación del Creador.
SantoTomás de Aquino plantea si en esta vida podemos conocer a Dios por la razón natural; y afirma que “se conoce a Dios, con conocimiento natural, por la imagen sensible de sus efectos. 3. Como el conocimiento de Dios por esencia es un don de la gracia, sólo conviene a los buenos; pero lo mismo los buenos que los malos pueden alcanzar el conocimiento de Dios que se obtiene por la razón natural. A la cuestión de si hay un conocimiento de Dios por la gracia, superior al que se tiene por la razón natural, el aquinate da las siguientes soluciones. 1. Si bien en esta vida no conocemos por la revelación de la gracia “lo que es” Dios, y en ese sentido nos unimos a Él como a algo desconocido, sin embargo, hace que le conozcamos mejor, porque pone a nuestro alcance más y más perfectas obras suyas, y porque, merced a la revelación, le atribuimos propiedades que la razón no alcanza a conocer, como la de ser uno y trino. 2. El conocimiento intelectual obtenido de imágenes, bien sean las recibidas de los sentidos por vía ordinaria, bien las formadas por Dios en la imaginación, es tanto más elevado cuanto en el hombre sea más intensa la luz intelectual, y por esto, merced a la infusión de la luz divina por la revelación, se obtiene mediante las imágenes sensibles un conocimiento más perfecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario